SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
"Dos hombres subieron al templo a rezar..." (Lc 18, 9-14)
Rezar siempre es peligroso.
Porque si rezamos como el fariseo, si nos limitamos a hablar frente al espejo de nuestras vanidades, salimos tan frios como entramos.
Y la oración mentirosa que rezamos, empeora todavía más nuestra hipocresía.
Pero si rezamos como el publicano, si tenemos la valentía de exponer el corazón al amor de Dios, hay lágrimas y conversión. Nada queda como antes.
Pues esta oración, hecha con la verdad que libera, engendra paz y vida nueva.
Ayúdame, Señor, a llegar a ti
con un corazón humilde y sincero.
Ten piedad de mí que soy pecador;
dame un corazón renovado,
un corazón capaz de amor como tú amas.
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