SANTA TERESA DE JESÚS
El día quince de
Octubre conmemoramos a “una santa que representa una de las cimas de la
espiritualidad cristiana de todos los tiempos: santa Teresa de Ávila (de
Jesús).
Nace en Ávila, España, en 1515, con el nombre
de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles
de su infancia: su nacimiento de «padres virtuosos y temerosos de Dios», en el
seno de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas. Todavía niña,
cuando tiene menos de nueve años, lee las vidas de algunos mártires que le
inspiran el deseo del martirio, hasta el punto de que improvisa una breve huida
de casa para morir mártir y subir al cielo (cf. Vida 1, 5); «quiero ver a Dios» dice la pequeña
a sus padres.
Algunos años más tarde, Teresa hablará de sus
lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume
en dos principios fundamentales: por
un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por
otro, que sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en
la famosísima poesía
«Nada
te turbe
nada
te espante;
todo
se pasa.
Dios
no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien
a Dios tiene
nada
le falta
¡Sólo
Dios basta!».
Al quedar huérfana de madre a los 12 años,
pide a la santísima Virgen que le haga de madre (cf. Vida 1, 7).
Aunque en la adolescencia la lectura de
libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la
experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las
Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la
espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad
de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en
Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús. Tres años
después, enferma gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma,
aparentemente muerta (cf. Vida 5, 9). Incluso en la lucha contra sus
enfermedades la santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a
la llamada de Dios: «Deseaba vivir —escribe—, que bien entendía que no vivía,
sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no
la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues
tantas veces me había tornado a sí y yo dejándole» (Vida 8, 2). En 1543 pierde la cercanía de sus
familiares: su padre muere y todos sus hermanos emigran, uno tras otro, a
América. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la
lucha contra sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo
muy llagado» (Vida 9, 1) marca
profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda
consonancia con el san Agustín de las Confesiones,
describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame... venirme a
deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía
dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él» (Vida 10, 1).
Paralelamente a la maduración de su
interioridad, la santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma
de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del obispo de la
ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después
recibe también la aprobación del superior general de la Orden, Giovanni
Battista Rossi. En los años sucesivos prosigue las fundaciones de nuevos
Carmelos, en total diecisiete. Es fundamental el encuentro con san Juan de la
Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer
convento de Carmelitas Descalzos. En 1580 obtiene de Roma la erección como
provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden
religiosa de los Carmelitas Descalzos. La vida terrena de Teresa termina
precisamente mientras está comprometida en la actividad de fundación. En
efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras
se encuentra camino de regreso a Ávila, muere la noche del 15 de octubre en
Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: «Al final, muero como
hija de la Iglesia» y «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos». Una
existencia consumida dentro de España, pero entregada por toda la Iglesia.
Beatificada en 1614 por el Papa Pablo V y canonizada por Gregorio XV en 1622,
el siervo de Dios Pablo VI la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970.
Teresa de Jesús no tenía una formación
académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos
y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que
personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cf. Prólogo al
Camino de perfección), es decir, a la experiencia. Teresa
teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con
san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres
de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín. Entre sus
principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor.
Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el itinerario biográfico y espiritual,
escrito, como afirma la propia Teresa, para someter su alma al discernimiento
del «Maestro de los espirituales», san Juan de Ávila. El objetivo es poner de
relieve la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto,
la obra refiere a menudo su diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que
fascina, porque la santa no sólo cuenta, sino que muestra que revive la
experiencia profunda de su relación con Dios. En 1566, Teresa escribe el Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús
a sus hermanas. Las destinatarias son las doce novicias del Carmelo de san
José en Ávila. Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al
servicio de la Iglesia, cuya base son las virtudes evangélicas y la oración.
Entre los pasajes más preciosos está el comentario al Padre nuestro, modelo de oración. La
obra mística más famosa de santa Teresa es el
Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de
una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una
codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la
santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se refiere a la estructura
de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre,
introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace
mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. La santa se
inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los cantares, por el símbolo
final de los «dos esposos», que le permite describir, en la séptima morada, el
culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico,
antropológico y eclesial. A su actividad de fundadora de los Carmelos
reformados Teresa dedica el Libro
de las fundaciones, escrito entre 1573 y 1582, en el cual habla de la vida
del grupo religioso naciente. Como en la autobiografía, la narración trata de
poner de relieve sobre todo la acción de Dios en la obra de fundación de los
nuevos monasterios.
No es fácil resumir en pocas palabras la
profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos
esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como
base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los
bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como
elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la
verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal,
que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas:
afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo
lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes
bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia
sobre todo con la esposa del Cantar
de los cantares y con el apóstol
san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es
la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con
la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia
quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue
el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se
desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la
oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el
recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima
Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los
escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es
más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda
la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera
«mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con Él;
en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir
en una oración.
Otro tema importante para la santa es la
centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana
es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por
amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación
de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para
la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un
amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae»
frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo.
Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la
«santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina
teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la
vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de
la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última
«morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la
Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de
Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los
tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa
Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su
acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más
hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar
en diálogo con Él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos
y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa,
profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a
nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura
hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su
amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían
decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida». Por
esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre
el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente
a Él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.” (Benedicto XVI,
Audiencia General, Miércoles 2
de febrero de 2011)