sábado, 31 de octubre de 2015

CONOCIENDO LA FE

¿Halloween? Los cristianos celebramos la vida
Nos ha parecido muy interesante este artículo del sacerdote de esta diócesis el Rvdo. Sr. D. Ricardo Sanjurjo Otero, en estos días de calabazas, brujas y zombis, no está de más una mirada serena sobre los acontecimientos que celebramos en este tiempo.
 
"Vivimos en una sociedad global y, quizás, lo más global de todo son las películas, series y demás contenidos que nos tragamos cuando nos sentamos delante de la televisión o cuando ahorramos lo suficiente para ir al cine. Un buen porcentaje de esos contenidos proceden de los EE.UU. y con ellos nos llega muchísimo de su cultura. Una parte no desdeñable de esa cultura que vamos asimilando es todo lo que tiene que ver con sus tradiciones y fiestas, como la que hoy nos ocupa: Halloween. No lo vamos a negar: Halloween es una fiesta que nos atrae. Disfraces, chucherías, fiestas… ¿a quién no le gustan esas cosas? Así que no hemos dudado en apropiárnosla. Es más, aprovechando el origen celta de la fiesta por estos lares la usamos además para reivindicar nuestra propia historia y, así, resucitamos el Samaín. Aunque, en general, se celebre “a la americana”, pero lo sentimos como más nuestro si le llamamos Samaín.
 
Pero la pregunta que se plantea no es sobre el origen o sobre las raíces del Samaín. No soy yo quién para hacer historia. La cuestión es otra: ¿puede un cristiano celebrar Halloween? Aparentemente no es más que una fiesta de disfraces totalmente inocente, ¿por qué no? Incluso alguno diría que es una forma de evangelizar (y esto no me lo estoy inventando). Así que… ¿puede un cristiano celebrar Halloween?
 
La respuesta no es fácil. Una situación similar se le planteó a Pablo en Corinto. ¿Era lícito comer carne sacrificada a los ídolos? Al fin y al cabo, si los ídolos “son mentira”, ¿no sería como comer cualquier otra carne? La respuesta de Pablo es una solución de compromiso, práctica, que comienza con: «Todo es lícito, pero no todo es conveniente; todo es lícito, pero no todo edifica» (1Co 10,23) y continua diciendo que es mejor no participar de los banquetes idolátricos.
 
Lo mismo aquí. Aunque aparentemente inofensiva —al fin y al cabo no vamos a hacer rituales satánicos, sólo vamos a disfrazarnos y, quizás, beber un poco más de la cuenta—, Halloween no deja de ser una tradición pagana. Pasada por un cierto tamiz cristiano, es cierto, al menos en su nombre, pero una tradición pagana al fin y al cabo. Participar conscientemente de ello puede llevar a confusión a nuestros hermanos y puede difuminar nuestro testimonio. Y no estamos como para difuminar nada, las cosas como son.
 
Y luego hay otra cosa: el cristianismo es una religión que celebra la vida, y la Vida, con V mayúscula. Precisamente el 1 de Noviembre celebramos a Todos los Santos, a aquellos (conocidos y desconocidos) que ya gozan de la vida eterna en el Reino de los Cielos. ¿Cómo vamos a celebrar la muerte? Es más, para celebrar a nuestros difuntos ya tenemos la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, el día 2, con la mirada siempre puesta en la Vida con mayúsculas, mirando más allá de la muerte.
 
Debemos ser firmes en nuestras creencias y evitar dar cualquier motivo de duda, a nosotros mismos y a los demás. Si somos luz del mundo, debemos comportarnos como tal (Flp 5,8) y ser conscientes de las cosas que dejamos entrar en nuestra vida, en nuestras casas. Y si, a través de las cosas aparentemente más inofensivas, dejamos que se apague esa luz, no estamos cuidando nuestra fe, ni nuestra vida de cristiano. Es más, estamos contribuyendo a que a la larga se fomenten valores totalmente contrarios.”
 
Ricardo Sanjurjo Otero
Sacerdote
 
 
 

sábado, 24 de octubre de 2015

PREPARANDO EL DOMINGO

NO CIERRES LOS OJOS
 

EL SANTO DE LA SEMANA

SAN ANTONIO MARIA CLARET


 
Antonio Claret nace en Sallent (Barcelona) en 1807, en el seno de una familia profundamente cristiana, dedicada a la fabricación textil.
Muere en el monasterio de Fontfroide, a los 63 años, rodeado del afecto de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950.

“Es un modelo para nuestros días.

Es el único padre conciliar del Vaticano I que ha sido canonizado y quien cuya vida y obra es precursor y modelo en estos tiempos de Nueva Evangelización y de aplicación del Vaticano II. Se puede decir de él que es un místico del apostolado, que dedicó su vida entero al anuncio del Evangelio y a la renovación del pueblo y de la Iglesia. San Antonio María Claret fue desde niño asistido y protegido por la gracia de Dios, pues desde pequeño tenía una idea precoz de lo que es la Eternidad. Valoraba, aceptaba o rechazaba las cosas según fueran buenas o malas en función de las verdades eternas, sabiendo que los que siguen la voluntad de Dios buscan la vida eterna mientras que quienes se obstinan en hacer lo que no es correcto verán la soledad y la desesperación para toda la eternidad.

Le dolía al santo catalán que las personas no se preparasen para la vida eterna y por eso con un ardor de misionero vemos en él algo de lo que hoy se vive en la Iglesia; la gente necesita de personas que les hablen de las cosas de Dios, que se hable de la primacía de la Palabra, de la intensificación de la primacía del Evangelio. Y San Antonio María Claret iba de pueblo en pueblo, queriendo imitar a Jesucristo itinerante. En un tiempo en que nadie hablaba de los Apóstoles él predicaba la devoción a los Apóstoles y la importancia de imitar la vida de Jesús. Igualmente San Antonio María quiso intensificar los estudios de la Sagrada Escritura. Su lema episcopal fue un programa de vida: “La caridad de Cristo me apremia”. Dedicó su tiempo a vivir como Jesús, dedicó su tiempo al servicio de Jesús y a difundir la devoción a la Virgen para pedir por los otros. Considerar el corazón, el alma de la Virgen como el molde de su corazón de misionero.

No se olvidaba de los laicos. Organiza la Academia de San Miguel para que seglares colaborasen con la Iglesia en la obra del apostolado. San Antonio María se anticipa en el ver la descristianización de España, y por eso se dedica a renovar la Fe del pueblo, buscando el cambio de vida de la gente, evangelizándoles. Y por esto el santo nos sirve a nosotros como modelo.  Nos lleva a considerar que el recuerdo de lo eterno, nos debe llevar a no apegarnos a lo transitorio, mismo cuando ello es bueno. Y por eso mismo debemos plantearnos siempre las cosas en función de la eternidad. Y tratar de todo corazón de llevar a nuestros hermanos hacia el esplendor de la resurrección y recordarles la primacía de la Eternidad.

San Antonio María nos recuerda que hay que imitar a Jesús en la sencillez y en la disponibilidad de las personas en el servicio de los demás, a vivir imitando el estilo de vida de Jesús y de los apóstoles. Y nos recuerda que la devoción a la Virgen como maestra, como modelo de Fe. A vivir con Jesús como María. A escuchar a Jesús como María y a acompañar a Jesús como María lo acompañó. Debemos dejar que Ella moldee nuestros corazones, de manera que seamos discípulos, seguidores y adoradores de Cristo.

Nuestros tiempos de increencia tienen que ser tiempos de misión, tiempos de evangelización. Y si el Señor nos llama para dar un paso más, hay que darlo sin respeto humano y sin importarnos lo que dicen los demás. Lo que interesa es estar dentro del plan de Dios. Pidamos por la intercesión de Santo Antonio María Claret al Señor que nos dé un corazón de discípulo, un corazón de misionero, un corazón de apóstol, como él necesita para nuestras tierras y para nuestra Iglesia” Mons. Fernando Sebastián.

Oración Apostólica de San Antonio María Claret.

Señor y Padre mío,
que te conozca
y te haga conocer,
que te ame
y te haga amar;
que te sirva
y te haga servir;
que te alabe
y te haga alabar
por todas las criaturas.

miércoles, 14 de octubre de 2015

EL SANTO DE LA SEMANA

SANTA TERESA DE JESÚS


El día quince de Octubre conmemoramos a “una santa que representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos: santa Teresa de Ávila (de Jesús).
Nace en Ávila, España, en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles de su infancia: su nacimiento de «padres virtuosos y temerosos de Dios», en el seno de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas. Todavía niña, cuando tiene menos de nueve años, lee las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio, hasta el punto de que improvisa una breve huida de casa para morir mártir y subir al cielo (cf. Vida 1, 5); «quiero ver a Dios» dice la pequeña a sus padres.
Algunos años más tarde, Teresa hablará de sus lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por otro, que sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en la famosísima poesía
«Nada te turbe
nada te espante;
todo se pasa.
Dios no se muda;
la paciencia todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta
¡Sólo Dios basta!».
Al quedar huérfana de madre a los 12 años, pide a la santísima Virgen que le haga de madre (cf. Vida 1, 7).
Aunque en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús. Tres años después, enferma gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma, aparentemente muerta (cf. Vida 5, 9). Incluso en la lucha contra sus enfermedades la santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la llamada de Dios: «Deseaba vivir —escribe—, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí y yo dejándole» (Vida 8, 2). En 1543 pierde la cercanía de sus familiares: su padre muere y todos sus hermanos emigran, uno tras otro, a América. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» (Vida 9, 1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame... venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él» (Vida 10, 1).
Paralelamente a la maduración de su interioridad, la santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación del superior general de la Orden, Giovanni Battista Rossi. En los años sucesivos prosigue las fundaciones de nuevos Carmelos, en total diecisiete. Es fundamental el encuentro con san Juan de la Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzos. En 1580 obtiene de Roma la erección como provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden religiosa de los Carmelitas Descalzos. La vida terrena de Teresa termina precisamente mientras está comprometida en la actividad de fundación. En efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras se encuentra camino de regreso a Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: «Al final, muero como hija de la Iglesia» y «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos». Una existencia consumida dentro de España, pero entregada por toda la Iglesia. Beatificada en 1614 por el Papa Pablo V y canonizada por Gregorio XV en 1622, el siervo de Dios Pablo VI la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970.
Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cf. Prólogo al Camino de perfección), es decir, a la experiencia. Teresa teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín. Entre sus principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el itinerario biográfico y espiritual, escrito, como afirma la propia Teresa, para someter su alma al discernimiento del «Maestro de los espirituales», san Juan de Ávila. El objetivo es poner de relieve la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto, la obra refiere a menudo su diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que fascina, porque la santa no sólo cuenta, sino que muestra que revive la experiencia profunda de su relación con Dios. En 1566, Teresa escribe el Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas. Las destinatarias son las doce novicias del Carmelo de san José en Ávila. Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio de la Iglesia, cuya base son las virtudes evangélicas y la oración. Entre los pasajes más preciosos está el comentario al Padre nuestro, modelo de oración. La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se refiere a la estructura de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. La santa se inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los cantares, por el símbolo final de los «dos esposos», que le permite describir, en la séptima morada, el culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico, antropológico y eclesial. A su actividad de fundadora de los Carmelos reformados Teresa dedica el Libro de las fundaciones, escrito entre 1573 y 1582, en el cual habla de la vida del grupo religioso naciente. Como en la autobiografía, la narración trata de poner de relieve sobre todo la acción de Dios en la obra de fundación de los nuevos monasterios.
No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con Él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.
Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con Él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida». Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a Él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.” (Benedicto XVI, Audiencia General, Miércoles 2 de febrero de 2011)