RESUMEN DEL MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA
LA CUARESMA 2015
Fortalezcan
sus corazones (St 5,8)
Queridos
hermanos y hermanas:
La
Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y
para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2)…
…Uno
de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es
el de la globalización de la indiferencia.
La
indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para
los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los
profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios
no es indiferente al mundo…En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte
y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y
el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene
abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de
los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6)...
El
pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser
indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes
para meditar acerca de esta renovación.
1.
«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia
…
La
Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a
ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando
recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos
en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la
indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones.
Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente
hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es
honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La
Iglesia es communio... En esta comunión de los santos y en esta participación
en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es
para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por
quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con
nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos
nos abramos a su obra de salvación.
2.
«¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades
Lo
que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de
las parroquias y comunidades.
Para
recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar
los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En
primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la
Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que
llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios,
formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La
Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos
del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que,
con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la
indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor
no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos…
También
nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como
ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su
alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza
para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por
otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la
pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados.
La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma,
sino que es enviada a todos los hombres.
…
Queridos
hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la
Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a
ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3.
«Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente
También
como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de
noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo
tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer
para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En
primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial.
No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas
para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel
diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la
oración.
En
segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas
cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de
la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro,
con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma
humanidad.
Y,
en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión,
porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi
dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de
Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las
infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a
la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al
mundo y a nosotros mismos.
Para
superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a
todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del
corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un
corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser
misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero
abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por
los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva,
un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por
esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta
Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante
al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo
tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se
deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la
indiferencia.
Con
este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial
recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí.
Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano,
4 de octubre de 2014
Fiesta
de san Francisco de Asís
Franciscus