miércoles, 10 de febrero de 2016

¿Qué sentido tienen el ayuno y la abstinencia durante la Cuaresma?


“¡Los ogros tienen capas!” Exhorta Shrek a Asno en un curioso (y no por ello carente de sentido) diálogo. Y los humanos también. Peter Josef Kentenich, sacerdote católico en proceso de beatificación y fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, plantea en sus escritos que el hombre, unión de cuerpo y alma, está estructurado en estratos. Estratos que abarcan desde los anhelos más profundos del alma y son expresión de su espiritualidad hasta las apetencias más superficiales ligadas a la concupiscencia, a la sensualidad. Mediante este planteamiento se diferencia la vida sobrenatural, la biológica, la psíquica y la intelectual. Supongo que coincidiremos, autor y lector, en que el deseo de amar y ser amado, por ejemplo, es una aspiración del hombre más -mucho más- elevada que el de ver jugar a los Celtics contra los Lakers.

Esta manera de ver al hombre nos puede ayudar a entender porqué el cristiano, y más a partir de hoy, Miércoles de Ceniza, que empieza la Cuaresma, está llamado al ayuno y la abstinencia. La Cuaresma es el tiempo de preparación para la Pascua, de conversión y reconciliación con Dios, de penitencia. Es un tiempo en que debemos acercarnos más a Dios e identificarnos más con Cristo, que es el modelo a seguir hasta que, como dijo San Pablo  “ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí” (Gal 2, 20). Para ello es necesario permitir y favorecer el desarrollo de la vida sobrenatural inherente en nuestro ser, pues mediante ella el hombre es capaz de relacionarse con Dios e intensificar su trato con  Él.

Con este objetivo, y más aún en la época actual, donde el consumismo y el materialismo son realidades muy presentes en nuestra sociedad, es necesario desapegarse de aquello que satisface nuestra concupiscencia, romper las cadenas del placer y facilitar así el desarrollo de la vida sobrenatural del hombre. ¿Exige sacrificio? No debería sorprendernos. Sacrificio proviene del latín ‘sacro’ y ‘facere’, hacer algo sagrado, que nada tiene que ver con el significado que se le da hoy de dolor y pérdida. Cada vez que decidimos hacer algo por Dios renunciamos a muchas otras cosas por Él. Estamos haciendo un sacrificio. El sacrificio debe ser una realidad presente en todo momento en la vida del cristiano. Además, el hombre es propiamente hombre cuando se niega, haciendo uso de su condición de ser libre. La renuncia tiene como consecuencia inmediata el aumento del dominio de uno mismo, de llevar las riendas de nuestra vida. En palabras de San Ambrosio “quien no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cerca de las ilícitas“. La renuncia nos hace libres y es dentro de este marco de libertad donde quiere Dios que le amemos.

La Cuaresma es además tiempo de penitencia, y el ayuno es, en este ámbito, una muestra concreta de cara a Dios de arrepentimiento y petición sincera de perdón. Nuestra naturaleza está herida por el pecado original. Somos pobres pecadores necesitados de su Misericordia y gracia para alcanzar la vida eterna, la salvación que Dios quiere para todos los hombres y fin último de nuestra vida. Por eso es necesario y propio de un corazón humilde y arrepentido purgar por las ofensas cometidas a modo de reparación.

Por último, Jesús nos da ejemplo cuando antes de empezar el ejercicio de su vida pública, después de su Bautismo en el Jordán, se retira durante cuarenta días a orar y ayunar en el desierto. Es una llamada al ayuno y muestra clara de la importancia que debe tener en nuestra vida,  unido siempre a una intensa oración.

Por lo tanto, no debe sorprendernos que durante la Cuaresma la Iglesia nos invite a guardar el ayuno y la abstinencia y a hacerlo de cara a Dios y no a los hombres.

HISTORIA Y SIGNIFICADO DEL MIERCOLES DE CENIZA

 
En los primeros años de la Iglesia la duración de la Cuaresma variaba. Finalmente alrededor del siglo IV se fijó su duración en 40 días. Es decir, que ésta comenzaba seis semanas antes del domingo de Pascua. Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de cuadragésima.

En los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal, presentándose un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. ¿Cómo hacer entonces para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno durante la cuaresma? Para resolver este asunto, en el siglo VII, se agregaron cuatro días más a la cuaresma, antes del primer domingo, estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto. (Si uno cuenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo y le resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta).

Así la Iglesia empezó la costumbre de iniciar la Cuaresma con el miércoles de Ceniza, costumbre muy arraigada y querida por el pueblo cristiano.

El miércoles de Ceniza en la Iglesia Católica es el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes de la Pascua. En este día se inicia un tiempo espiritual particularmente importante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

También en los primeros siglos de la Iglesia en Roma, existía la práctica de que los “penitentes” (grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, a las puertas de la Pascua), comenzaran su penitencia pública el primer día de la Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el jueves antes de la Pascua.

Estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X). Entonces, en el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, viendo que el símbolo de la imposición de la ceniza al iniciar la Cuaresma era bueno, se empezó a realizar este rito para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

Por algún tiempo la imposición de la ceniza se realizaba al principio de la celebración litúrgica o independientemente de ella. En la última reforma litúrgica se reorganizó el rito de la imposición de la ceniza con el objetivo de que sea un símbolo más expresivo y pedagógico para los fieles, pasándose a realizar después de las lecturas bíblicas y de la homilía, las cuales nos ayudan a entender el profundo significado de lo que estamos viviendo. La Palabra de Dios, en ese día, nos invita a la conversión. El deseo de convertirnos y volver al Señor es lo que da contenido y sentido al gesto de las cenizas.

Las cenizas usadas para la cruz que recibimos en la frente son obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior.

Este tiempo del Año Litúrgico, la Cuaresma, se caracteriza por el llamado a la conversión. Si escuchamos con atención la Palabra de Dios durante este tiempo, descubriremos la voz del Señor que nos llama a la conversión.

Por eso es elocuente empezar este tiempo con el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, acompañado de las palabras “Convertíos y creed en el Evangelio” y de la expresión “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”, nos invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordándonos la fragilidad de nuestra vida aquí en la tierra.

Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego. Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.

Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: “en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz.

El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Por eso cuando nos acerquémonos a recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro corazón las palabras que pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cf Mc1,15) y “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Cf Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que nos lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.