domingo, 26 de diciembre de 2021
martes, 19 de octubre de 2021
martes, 5 de octubre de 2021
lunes, 27 de septiembre de 2021
jueves, 23 de septiembre de 2021
INICIO DE LA CATEQUESIS PARROQUIAL
martes, 21 de septiembre de 2021
lunes, 13 de septiembre de 2021
QUE BUSQUES A CRISTO, QUE ENCUENTRES A CRISTO, QUE AMES A CRISTO
El primer fin de semana de octubre comenzamos la catequesis parroquial.
Nos estamos preparando para ello.
Te invitamos a seguirnos en esta aventura que iniciaremos todos juntos. "Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo" es nuestro deseo.
¡Ven! ¡Te esperamos!
Puedes descargar la ficha de inscripción que aparece en este enlace y mandarla al correo electrónico mariaaantiga@gmail.com, mediante WhatsApp al 630 891 987, o bien imprimirla y entregarla en la parroquia.
FICHA INSCRIPCIÓN CURSO 2021-2022
lunes, 6 de septiembre de 2021
lunes, 30 de agosto de 2021
sábado, 3 de abril de 2021
viernes, 2 de abril de 2021
jueves, 1 de abril de 2021
miércoles, 31 de marzo de 2021
sábado, 27 de marzo de 2021
viernes, 26 de marzo de 2021
miércoles, 17 de marzo de 2021
MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Jn 5,17-30):
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi
Padre sigue actuando, y yo también actúo». Por eso los judíos tenían más ganas
de matarlo: porque
no
solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose
igual a Dios.
Jesús
tomó la palabra y les dijo:
«En
verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo
que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo,
pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras
mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo
mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da
vida a los que quiere.
Porque
el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para
que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no
honra al Padre que lo envió.
En
verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió
posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte
a la vida.
En
verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque,
igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener
vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del
hombre.
No
os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro
oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida;
los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo
no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo,
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
Comentario.
Hoy, el Evangelio nos habla de la respuesta que Jesús dio a algunos que veían mal que Él hubiese curado a un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas críticas para manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del sábado.
Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre marcando una distinción: la Paternidad de Dios es diferente si se trata de Cristo o de los hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían muy bien: no era Hijo de Dios como los otros, sino que la filiación que reclama para Él mismo es una filiación natural. Jesús afirma que su naturaleza y la del Padre son iguales, aun siendo personas distintas. Manifiesta de esta manera su divinidad.
Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial referencia a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en Él: escuchar y creer a Jesús es tener ya la vida eterna (cf. Jn 5,24). Ciertamente, no es todavía la vida definitiva, pero ya es participar de la promesa. Conviene que lo tengamos muy presente, y que hagamos el esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo que realmente es: la Palabra de Dios que salva. La lectura y la meditación del Evangelio han de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que nos abren las puertas de la vida eterna.
Quien escucha a Jesús y se deja tocar por su gracia, siente el deber, más aún, la necesidad de transmitir a voz llena esta experiencia de Cristo en su alma. El cristiano auténtico, que conoce a Jesús en la oración, en los sacramentos y en la escritura, irradia entusiasmo, y contagia a los que están en torno suyo de esa alegría de ser hijo de Dios. Luchemos por entrar en nosotros mismos y encontrar al Dios que ya habita en nosotros y, una vez hallado, démoslo al prójimo con palabras y con obras. ¡Ha llegado la hora de ser testigos apasionados de Cristo.
(Cfr. Catholik-blog y Misa diaria y liturgia practica)
martes, 16 de marzo de 2021
MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Jn 5,1-3.5-16):
Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay
en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo
Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba
también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús,
al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres
quedar sano?».
El
enfermo le contestó:
«Señor,
no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para
cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús
le dice:
«Levántate,
toma tu camilla y echa a andar».
Y
al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel
día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy
es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él
les contestó:
«El
que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos
le preguntaron:
«¿Quién
es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero
el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío
que había en aquel sitio, se había alejado.
Más
tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira,
has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se
marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por
esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
Comentario.
Hoy, san Juan nos habla de la escena de la piscina de Betsaida. Parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3).
El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.
Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida yendo en contra de las costumbres frívolas del mundo en que vivimos. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia.
Entonces, el recuerdo de Cristo y su presencia en nosotros bastarán para aceptarnos y aceptar los pequeños sacrificios de nuestra vida diaria.
¡Qué alegría debemos sentir al sabernos amados por Dios! Para Dios somos muy importantes. Con Él a nuestro lado, todo lo podemos. Jesús es nuestra fortaleza.
Señor, gracias por tu amor y tu presencia que verdaderamente hace que nos sintamos como hijos tuyos. Sé que hoy me has escuchado y te pido la gracia de ser paciente para esperar que Tú obres en mí. Hazme ver tu mano amorosa que me sostiene y me hace ver qué grande es tu amor hacia mí.
(Cfr. Catholik-blog y Misa Diaria y Liturgia practica)
LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Texto del
Evangelio (Jn
4, 43-54):
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un
profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando
llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo
que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a
la fiesta.
Fue
Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había
un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús
había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a
su hijo que estaba muriéndose.
Jesús
le dijo:
«Si
no veis signos y prodigios, no creéis».
El
funcionario insiste:
«Señor,
baja antes de que se muera mi niño».
Jesús
le contesta:
«Anda,
tu hijo vive».
El
hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando
sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les
preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer
a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El
padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu
hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al
llegar de Judea a Galilea.
Comentario.
Hoy Jesús, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real.
La vida diaria nos presenta un reto muy grande que consiste en vivir desde la fe, en creer plenamente en Cristo. El Evangelio nos ofrece una clave preciosa para dirigir nuestras acciones cotidianas, para convertirnos en apóstoles verdaderos de Cristo y obtener la vida. "Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino". La palabra de Cristo se convierte en transformativa cuando el hombre la acepta, se convierte, se pone en camino y así puede llegar a la vida. Vida que no sólo es física, sino vida espiritual y eterna.
Los cristianos, como apóstoles y seguidores de Cristo, estamos llamados a ser testimonios coherentes de vida. Por ello no se puede separar la fe de la vida y, en consecuencia, las acciones del apóstol de Cristo siguen la moral cristiana. Por ello los mayores apóstoles de todos los tiempos han sido, no los hombres buenos, sino los hombres santos. Aquellos que hablaban "de Cristo" pero porque habían hablado primero "con Cristo". Aquellos que habían hecho primero un encuentro profundo con la Palabra que cambió radicalmente su vida.
(Cfr Catholik-blog y Misa Diaria y Liturgia practica)
lunes, 15 de marzo de 2021
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Jn 3,14-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús dijo a Nicodemo:
«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él
tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo que entrego a su Unigénito,
para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él no será juzgado; el que no cree, ya
está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
»Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo
el que obra el mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para que verse
acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
Comentario.
Durante este cuarto Domingo de Cuaresma denominado "laetare" (de la alegría), encontramos el sentido de la Pasión de Nuestro Señor: Él vino voluntariamente. Y la única causa de su muerte fue el amor, como dijo a Nicodemo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo que mandó a su Hijo Unigénito para que todo aquel que cree en Él tenga vida eterna".
Cristo es la luz del mundo, es ese resplandor que muy pocos quisieron recibir. Jesucristo nos pregunta si puede Él mismo entrar en nuestro corazón, ya que a Él no le gusta forzar y obligarnos. Él lo único que quiere es hacer de nosotros lo mejor, ya que somos su creación y más aún, los hijos que le costaron su sangre y su despojamiento. Él busca en nosotros nuestra plena realización, extinguir con su amor el sufrimiento y contestar las interrogantes que llevamos en nuestro interior, para conducirnos a la verdad que nos hará libres. "Él es el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14,6-14). Lo único que tenemos que hacer es preocuparnos por sus cosas y Él se hará cargo de las nuestras.
Señor, Tú me das una razón muy poderosa para llevar mis sufrimientos. Y es tan grande que Tú no me la expresas con palabras, sino con una obra insigne: el verte clavado en la cruz por mí. Esto me empuja a afrontar mis problemas sabiendo que Tú te haces presente y me enseñas a amar a los que me rodean. Es allí, en el crucifijo, donde se esconde tu divinidad y mi fuerza. Dame la gracia de prepararme bien en esta Cuaresma para vivir con alegría el anuncio de tu Resurrección.
Dulce Jesús, concédeme la gracia de renovar mi mirada, para no ver con rutina el sacrificio que Tú hiciste por mí en la cruz y tu renovación en la Santa Misa, sino al contrario, que pueda fortalecer mi lucha en la entrega a ti y al prójimo.
(Cfr. Catholik-blog)
SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Lc 18,9-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mimos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era
fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones,
injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana,
y pago el diezmo de todo lo que tengo’.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho
diciendo:
‘¡Oh Dios!, Ten compasión de este pecador!’.
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humille será enaltecido».
Comentario.
Ni el fariseo, ni el publicano eran materialmente pobres. El pobre material es el que no tiene los bienes materiales necesarios para vivir con dignidad; el pobre espiritual es, como nos dice san Agustín, el humilde, el que no pone su confianza en sí mismo, sino en Dios. En la parábola de hoy vemos que el fariseo presumía de sus propios méritos ante Dios y le daba gracias a Dios porque él, el fariseo, era mejor que los demás; además despreciaba al publicano, al que consideraba un pecador. El publicano, en cambio, reconocía que era un pecador, que por sus propios méritos no podía salvarse y, por eso, imploraba la compasión de Dios. Jesús justifica al publicano no porque fuera pobre material, sino porque era humilde.
Seamos humildes ante Dios y caritativos con el prójimo necesitado. Y, por favor, no despreciemos nunca a nadie.
Señor, hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. Señor, Tú conoces nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; por eso, queremos pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de nuestro día. Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; por eso, como el publicano, te pedimos: ¡Ten compasión de nosotros! Y escucha nuestra oración.
(Cfr. Catholik-blog)
viernes, 12 de marzo de 2021
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Mc 12,28b-34):
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios,
es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: ‘Amarás a tu
prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro; sin duda tienes razón cuando dices
que el Señor es uno solo y que no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo
el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como
a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Y Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le
dijo:
«No estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario.
Hoy, la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de Dios: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado: «Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad» (Benedicto XVI).
El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios mientras que, a la vez, es camino para reconocer al hermano visible y presente.
(Cfr. Evangeli.net)
jueves, 11 de marzo de 2021
JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Lc11,14-23):
En aquel tiempo estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
“Por arte de Belzebú, el Príncipe de los demonios, echa los
demonios”.
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él
conociendo sus pensamientos, les dijo:
“Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa
sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se
mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder
de Belzebú. Peso, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros
hijos ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros
jueces. Pero. si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el
Reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes
están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las
armas de que se fiaba y reparte su botin.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge
conmigo desparrama”.
Comentario.
Hoy, en la proclamación de la Palabra de Dios, vuelve a aparecer la figura del diablo: «Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo» (Lc 11,14). Cada vez que los textos nos hablan del demonio, quizá nos sentimos un poco incómodos. En cualquier caso, es cierto que el mal existe, y que tiene raíces tan profundas que nosotros no podemos conseguir eliminarlas del todo. Pero Jesús ha venido a combatir estas fuerzas del mal, al demonio. Él es el único que lo puede echar.
Es bueno que meditemos cuál es nuestra colaboración en este “expulsar demonios” o echar el mal. Preguntémonos: ¿pongo lo necesario para que el Señor expulse el mal de mi interior? ¿Colaboro suficientemente en este “expulsar”? Porque «del corazón del hombre salen las intenciones malas» (Mt 15,19). Es muy importante la respuesta de cada uno, es decir, la colaboración necesaria a nivel personal.
Entreguémonos a Dios. Hoy es un día para revisar si hay algo en mí que no va de acuerdo con mi condición de católico. Dios quiere un reino fuerte y consolidado. Nos quiere muy unidos a Él. "Nunca se ha escuchado decir de un hombre que se entregó por entero a Dios y no fue plenamente feliz".
Que María interceda ante Jesús, su Hijo amado, para que expulse de nuestro corazón y del mundo cualquier tipo de mal (guerras, terrorismo, malos tratos, cualquier tipo de violencia). María, Madre de la Iglesia y Reina de la Paz, ¡ruega por nosotros!
(Cfr. Catholik.blog)
miércoles, 10 de marzo de 2021
MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Mt 5,17-19):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas: No he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la
tierra aue deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos
importantes y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el
Reino de los Cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino
de los Cielos».
Comentario.
En el cristianismo, es Dios quien se acerca al hombre.
Como recordó San Juan Pablo II, Dios desea acercarse al hombre, Dios quiere dirigirle sus palabras, mostrarle su rostro porque busca la intimidad con él.
Jesús, pues, con su presencia lleva a cumplimiento el deseo de Dios de acercarse al hombre. Por esto, dice que «no penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). Viene a enriquecerlos, a iluminarlos para que los hombres conozcan el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con Él.
En este sentido, menospreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, comporta un conocimiento raquítico de Dios y, por eso, uno será tenido por pequeño en el Reino del Cielo. Y es que, como decía san Teófilo de Antioquía, «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen empañados».
Aspiremos, pues, en la oración a seguir con gran fidelidad todas las indicaciones del Señor. Así, llegaremos a una gran intimidad con Él y, por tanto, seremos tenidos por grandes en el Reino del Cielo.
(Cfr. Catholik-blog y Misa diaria y Liturgia practica)
martes, 9 de marzo de 2021
MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Mt 18,21-35):
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende,
¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey
que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le
presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el
señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus
posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba
diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré
todo”.
Se compadeció el señor de aquel
criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel
encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo
estrangulaba diciendo:“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies,
le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo
pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en
la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido,
quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces
el señor lo llamó y le dijo:
«¡Siervo malvado! Toda aquella deuda
te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu
compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a
los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre
celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hemano».
Comentario.
Hoy, preguntar «¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?» (Mt 18,21), puede significar: —Éstos a quienes tanto amo, los veo también con manías y caprichos que me molestan, me importunan cada dos por tres, no me hablan... Y esto un día y otro día. Señor, ¿hasta cuándo los he de aguantar?
La paciencia, la auténtica paciencia es la que nos lleva a soportar misericordiosamente la contradicción, la debilidad, las molestias, las faltas de oportunidad de las personas, de los acontecimientos o de las cosas. Ser paciente equivale a dominarse a uno mismo. Los seres susceptibles o violentos no pueden ser pacientes porque ni reflexionan ni son amos de sí mismos.
La paciencia es una virtud cristiana porque forma parte del mensaje del Reino de los cielos, y se forja en la experiencia de que todo el mundo tenemos defectos. Si Pablo nos exhorta a soportarnos los unos a los otros, Pedro nos recuerda que la paciencia del Señor nos da la oportunidad de salvarnos.
Ciertamente, ¡cuántas veces la paciencia del buen Dios nos ha perdonado en el confesionario! ¿Siete veces? ¿Setenta veces siete? ¡Quizá más!
La fuerza, que abre y permite superar, es la fuerza del perdón. Jesús puede dar el perdón y el poder de perdonar, porque él mismo sufrió las consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor. El perdón viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz.
La entrega de Jesucristo en la cruz por nosotros, no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos particularmente por perdonar a nuestro prójimo y sobre todo saber pedir perdón a Dios. Necesito salir de mí mismo; que mi alma vaya cambiando y creciendo en amor a los demás. Que con mi testimonio anime aquellos que están lejos del amor a Dios y que les acerque a los sacramentos, en especial el de la confesión.
(Cfr. Catholik-blog)
lunes, 8 de marzo de 2021
LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Lc 4,24-30):
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.
Comentario.
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos dice «que ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Jesús, al usar este proverbio, se está presentando como profeta.
“Profeta” es el que habla en nombre de otro, el que lleva el mensaje de otro. Entre los hebreos, los profetas eran hombres enviados por Dios para anunciar, ya con palabras, ya con signos, la presencia de Dios, la venida del Mesías, el mensaje de salvación, de paz y de esperanza.
Cada uno de nosotros, por razón de su bautismo, también está llamado a ser profeta. Por eso:
1º. Debemos anunciar la Buena Nueva. Para ello, como dijo el Papa Francisco, tenemos que escuchar la Palabra con apertura sincera, dejar que toque nuestra propia vida, que nos reclame, que nos exhorte, que nos movilice, pues si no dedicamos un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí seremos un “falso profeta”, un “estafador” o un “charlatán vacío”.
2º Vivir el Evangelio. De nuevo el Papa Francisco: «No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos». Es indispensable tener la seguridad de que Dios nos ama, de que Jesucristo nos ha salvado, de que su amor es para siempre.
3º Como discípulos de Jesús, ser conscientes de que así como Jesús experimentó el rechazo, la ira, el ser arrojado fuera, también esto va a estar presente en el horizonte de nuestra vida cotidiana.
Que María, Reina de los profetas, nos guíe en nuestro camino.
(Cfr. Catholik-blog y Evangeli.net)
TERCER DOMINGO DE CUARESMA
Texto del Evangelio (Jn 2,13-25)
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad
esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus
discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron:
«Qué
signos nos muestras para obrar así?».
Jesús
contestó:
«Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré».
Los
judíos replicaron:
«Cuarenta
y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?».
Pero
él hablaba del templo de su cuerpo.
Y
cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo
había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras
estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre,
viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los
conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque
él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Comentario.
Hoy, cercana ya la Pascua, ha sucedido un hecho insólito en el templo. Jesús ha echado del templo el ganado de los mercaderes, ha volcado las mesas de los cambistas y ha dicho a los vendedores de palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (Jn 2,16). Y mientras los becerros y los carneros corrían por la explanada, los discípulos han descubierto una nueva faceta del alma de Jesús: el celo por la casa de su Padre, el celo por el templo de Dios.
¡El templo de Dios convertido en un mercado!, ¡qué barbaridad! Debió comenzar por poca cosa. Algún rabadán que subía a vender un cordero, una ancianita que quería ganar algunos durillos vendiendo pichones..., y la bola fue creciendo. La explanada del templo era como un mercado en día de feria.
También yo soy templo de Dios. Si no vigilo las pequeñas cosas, el orgullo, la pereza, la gula, la envidia, la tacañería, tantos disfraces del egoísmo, se escurren por dentro y lo estropean todo. Por esto, el Señor nos pone en alerta: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,37).
¡Velemos!, para que la desidia no invada la conciencia: «La incapacidad de reconocer la culpa es la forma más peligrosa imaginable de embotamiento espiritual, porque hace a las personas incapaces de mejorar» (Benedicto XVI).
¿Velar? -Intento hacerlo cada noche- ¿He ofendido a alguien?, ¿son rectas mis intenciones?, ¿estoy dispuesto a cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios?, ¿he admitido algún tipo de hábito que desagrade al Señor? Pero, a estas horas, estoy cansado y me vence el sueño.
Jesús, tú que me conoces a fondo, tú que sabes muy bien qué hay en el interior de cada hombre, hazme conocer las faltas, dame fortaleza y un poco de este celo tuyo para que eche fuera del templo todo aquello que me aparte de ti.