"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo
enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos»." (Mt
5, 17-19)
Como recordó San Juan Pablo II, Dios
desea acercarse al hombre, Dios quiere dirigirle sus palabras, mostrarle su
rostro porque busca la intimidad con él. Esto se hace realidad en el pueblo de
Israel, pueblo escogido por Dios para recibir sus palabras. Ésta es la experiencia
que tiene Moisés cuando dice: «¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos
dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?». Y,
todavía, el salmista canta que Dios «Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y
mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus
mandatos».
Jesús, pues, con su presencia lleva a
cumplimiento el deseo de Dios de acercarse al hombre. Por esto, dice que «no
penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir,
sino a dar cumplimiento». Viene a enriquecerlos, a iluminarlos para que los
hombres conozcan el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con
Él.
En este sentido,
menospreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, comporta
un conocimiento raquítico de Dios y, por eso, uno será tenido por pequeño en el
Reino del Cielo. Aspiremos, pues, en la oración a seguir con gran fidelidad
todas las indicaciones del Señor. Así, llegaremos a una gran intimidad con Él
y, por tanto, seremos tenidos por grandes en el Reino del Cielo.
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