sábado, 22 de octubre de 2011

MISTERIOS DEL SANTO ROSARIO

QUINTO MISTERIO DE DOLOR: LA CRUCIFIXION Y MUERTE DE JESUS EN LA CRUZ



“Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron. (...) Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (...). Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona (...). Jesús, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu y, dicho esto, expiró.” “Como le vieron muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.”

El misterio de la crucifixión y muerte de Cristo da innumerables motivos para la contemplación y meditación. En la cruz muere el Justo, el Rey de los judíos, el Hijo de Dios, y Dios calla, no hace prodigios en favor de quien lo invoca como su Padre; deja que sus enemigos se sientan vencedores, que se le burlen a sus anchas, seguros en sus posiciones, con el triunfo completo y definitivo en sus manos, y con hechos y argumentos para convencer a todos. Así se cerraba el Viernes Santo. Siempre hay excepciones, y aquí cabe señalar al buen ladrón y al centurión. Cada uno de estos personajes, además de Jesús, María y Juan, las piadosas mujeres que estaban unas con María y otras más apartadas, así como también todos los que se burlaban de Jesús y lo insultaban, pueden darnos variadas lecciones y motivos diversos de reflexión, por su ejemplaridad o por todo lo contrario, y porque en casi todos podremos ver reflejado un algo de nosotros mismos. Por su parte, las “Siete Palabras” de Jesús en la cruz son otros tantos temas de oración.

Para María, junto a la cruz se consumó la profecía de Simeón: «Y a ti una espada te atravesará el alma». Una madre hace suyos los sufrimientos del hijo. También ella debió de sentirse morir, tener la impresión de que Dios la abandonaba..., a la vez que tendría que potenciar toda su confianza y esperanza en el Padre. Para su soledad y para la ausencia definitiva del Hijo, Jesús encomendó mutuamente a la Madre y al discípulo predilecto.

El creyente que acompañe a Jesús por los misterios dolorosos hasta la muerte, debe tener vivo en su espíritu que el paso por el sepulcro es preciso, pero sólo transitorio; si la unión a Cristo es auténtica, necesariamente ha de abrirse a la Resurrección y a los misterios gloriosos.

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