“¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente! Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. (...) Muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y bello tu semblante.”
La Asunción de María, madre de Dios y madre nuestra, es para nosotros motivo de esperanza y de alegría porque, pobres y necesitados como somos, vemos que la Virgen sube al cielo para abogar por nosotros ante el trono de Dios más de cerca y con mayor eficacia. La contemplación de este misterio tiene que acrecentar nuestra devoción y confianza cuando dirigimos a Dios nuestras plegarias invocando la intercesión de la Virgen, como hacen tantas oraciones litúrgicas.
Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
De ángeles sois llevada,
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada:
¡Tal Reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna!
Volved los blandos ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
a este valle de abrojos,
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.
Que, si con clara vista
miráis las tristes almas deste suelo,
con propiedad no vista,
las subiréis de un vuelo,
como piedra de imán al cielo, al cielo.
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