INFIERNO
¿Existe
el infierno?
Significa
permanecer separados de Él –de nuestro Creador y nuestro fin- para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
infierno.
Morir
en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de
Dios es elegir este fin para siempre.
La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el
fuego eterno». La pena principal del infierno consiste en la separación eterna
de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para
las que ha sido creado y a las que aspira.
Jesús
habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a
los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede
perder a la vez el alma y el cuerpo. La pena principal del infierno es «la
separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y
la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Las
afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar
de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo
un llamamiento apremiante a la conversión:»Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14).
Catecismo de la Iglesia católica, 1033-1036.
¿Qué
es el infierno?
El
infierno es el estado de la separación eterna de Dios, la ausencia absoluta de
amor.
Quien
muere conscientemente y por propia voluntad en pecado mortal, sin arrepentirse
y rechazando para siempre el amor misericordioso y lleno de perdón, se excluye
a sí mismo de la comunión con Dios y con los bienaventurados. Si hay alguien
que en el momento de la muerte pueda de hecho mirar al amor absoluto a la cara
y seguir diciendo no, no lo sabemos. Pero nuestra libertad hace posible esta
decisión. Jesús nos alerta constantemente del riesgo de separarnos
definitivamente
de
él, cuando nos cerramos a la necesidad de sus hermanos y hermanas: «Apartaos de
mí, malditos [...] lo que no hicisteis con uno de éstos, los más pequeños,
tampoco lo hicisteis conmigo» (Mt 25,41.45) -> 53
Pero
si Dios es amor, ¿cómo puede existir el infierno?
No
es Dios quien condena a los hombres. Es el mismo hombre quien rechaza el amor
misericordioso de Dios y renuncia voluntariamente a la vida (eterna),
excluyéndose de la comunión con Dios.
Dios
desea la comunión incluso con el último de los pecadores; quiere que todos se
conviertan y se salven. Pero Dios ha hecho al hombre libre y respeta sus
decisiones. Ni siquiera Dios puede obligar a amar. Como amante es «impotente»
ante alguien que elige el infierno en lugar del cielo.
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