PURGATORIO
Después
del Juicio tres realidades en las que la fe católica nos invita no sólo a
pensar, sino también a meditar, el purgatorio, el infierno y el cielo. Tres
estadios que forman parte de las realidades que hemos de creer, conocer nuestro
fin y nuestro destino nos ayuda a vivir nuestra existencia terrena valorando lo
que Dios Padre nos ofrece.
¿Qué
es el purgatorio? ¿Es para siempre?
Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de
los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.
Esta
enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la
que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio
expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2
M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los
difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio
eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la
visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las
indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.
¿Podemos
ayudar a los difuntos que se encuentran en el estado del purgatorio?
Sí.
Puesto que todos los bautizados forman una comunión y están unidos entre sí,
los vivos pueden ayudar a las almas de los difuntos que están en el purgatorio.
Una
vez que el hombre ha muerto, ya no puede hacer nada para sí mismo. El tiempo de
la prueba activa se ha terminado. Pero nosotros podemos hacer algo por los
difuntos que están en el purgatorio. Nuestro amor alcanza el más allá. Por
medio de nuestros ayunos, oraciones y buenas obras, y especialmente por la
celebración de la Sagrada Eucaristía, podemos pedir gracia para los difuntos».
¿Qué
es el purgatorio?
El
purgatorio, a menudo imaginado como un lugar, es más bien un estado. Quien
muere en gracia de Dios (por tanto, en paz con Dios y los hombres), pero
necesita aún purificación antes de poder ver a Dios cara a cara, ése está en el
purgatorio.
Cuando
Pedro traicionó a Jesús, el Señor se volvió y miró a Pedro: «Y Pedro salió
fuera y lloró amargamente». Éste es un sentimiento como el del purgatorio. Y un
purgatorio así nos espera probablemente a la mayoría de nosotros en el momento
de nuestra muerte: el Señor nos mira lleno de amor, y nosotros experimentamos
una vergüenza ardiente y un arrepentimiento doloroso por nuestro comportamiento
malvado o quizás «sólo» carente de amor. Sólo después de este dolor purificador
seremos capaces de contemplar su mirada amorosa en la alegría celestial
perfecta.
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