Después del amor
-el servicio concreto a los demás- la segunda consigna es: orar.
Después de la
página evangélica de ayer, encarada toda ella hacia la "vida"
concreta y a la "acción" práctica, Jesús nos recuerda hoy una
dimensión esencial de toda vida profunda: la oración.
Para esta
cuaresma, ¿he previsto dedicar más tiempo a la oración... más tiempo de Io
acostumbrado?
-Cuando recéis,
no uséis muchas palabras...
Primera
consigna: no charlotear, no chacharear, no acumular palabras... Jesús nos
invita a la simplicidad, a la interioridad, al silencio. Uno puede orar sin
decir palabras, simplemente saboreando la presencia de Dios, permaneciendo
"ante El" así, sin más. ¡Tú estás ahí! Yo estoy contigo.
-Como los
gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.
Evidentemente
los paganos tienen también auténticas plegarias.
Pero la
tendencia del paganismo, que es también la nuestra es tratar de "tener a
Dios en la mano" de "forzar su decisión": por la abundancia de
ritos mágicos, por su insistencia, piensan tener derecho a obtener lo pedido...
"dando, dando" ... Piensan: yo he hecho todo lo necesario, Tú debes
atender mi súplica.
-No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta.
La imagen del
verdadero Dios, tan opuesta a la de los "falsos dioses", es simple y
emocionante: es "¡vuestro Padre!" Antes de abrir vuestra boca, sabe
todo lo que vais a pedirle.
No son
necesarias muchas palabras, cuando se es amado: se adivina con medias
palabras... Cuando empiezo una plegaria, Dios, mi Padre, ya está allí. Me
esperaba, sus oídos atentos, su mirada de amor... como un padre amoroso, como
una madre amorosa...
-Vosotros rezad así: Padre nuestro...
Hay que
repetirlo porque es verdad: Jesús ha usado aquí la palabra hebrea
"abba". Es la palabra más familiar de la lengua hebrea, la que los
niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como "¡papaíto
querido!" Siempre tenemos tendencia a volver a las concepciones
filosóficas, o "religiosas" sobre Dios: el ¡Ser supremo! aquel con
quien debemos congraciarnos.
-Que estás en
los cielos... santificado sea tu nombre...
La proximidad
natural del niño con su padre no le quita una cierta reverencia, un cierto
respeto. Este Padre, tan cercano y tan amoroso, es también el "muy santo',
el "perfecto": permanecemos admirados delante de El, es tan grande. Y
deseamos que nuestro Padre sea admirado, que su Nombre de Padre sea reconocido
y "santificado".
-Venga a
nosotros Tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo...
La
"vida" de este Padre, su "santidad", ha sido comunicada, y
nuestra plegaria esencial es ésta: que los hombres, sobre la tierra, reconozcan
al Padre... que su proyecto de amor se realice. Lo que Dios quiere, lo que el
Padre quiere, ¿qué es?
-Danos hoy nuestro
pan de cada día. Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden. Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal
El pan... el
perdón de nuestros pecados... la victoria sobre el mal... Hay que volver a
considerar a menudo cada una de estas fórmulas.
¿A quién he de
perdonar para realizar el "reino" de Dios, su proyecto? ¿Qué forma
concreta toma, para mí, la lucha contra el mal.
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