LUNES
DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
“Cada
vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis”
Para
la caridad que debemos tener hacia el prójimo Jesús da este motivo: él mismo se
identifica con las personas que encontramos en nuestro camino.
Hacemos
o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos
rodean.
Es
una de las páginas más incómodas de todo el evangelio. Una página que se
entiende demasiado. Y nosotros ya no podremos poner cara de extrañados o aducir
que no lo sabíamos: ya nos lo ha avisado él.
Desde
los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante el compromiso
del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de
Cristo.
Es
un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros
familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra
comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.
En
la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo
presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera
de misa, en el sacramento del hermano. Pues sobre esto va a versar la pregunta
del examen final. Al Cristo a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es
al mismo a quien debemos servir en las personas con las que nos encontramos
durante el día.
Será
la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la
solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al
amor fraterno», (prefacio I de Cuaresma).
Será
también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al
atardecer de la vida, como lo expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgados
sobre el amor»: si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo.
Al final resultará que eso era lo único importante.
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