Mattia Preti “Cristo e l'adultera” s. XVII. Museo Nazionale d’Abruzzo, l’Aquila
EVANGELIO DEL
DÍA (Jn 8, 1 -11)
«Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Hoy contemplamos en el Evangelio el rostro misericordioso de Jesús. El
Maestro aprovecha esta ocasión para manifestar que Él ha venido a buscar a los
pecadores, a enderezar a los caídos, a llamarlos a la conversión y a la
penitencia. Y éste es el mensaje de la Cuaresma para nosotros, ya que todos
somos pecadores y todos necesitamos de la gracia salvadora de Dios, conscientes
de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en el pecado sin la gracia
de Dios. Cristo nos hace ver que sólo Él puede juzgar los corazones de los
hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno
a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera
únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios
aborrece el pecado pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se
revela infinitamente justo y misericordioso.
Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una
conversión de vida.
Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la
Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la
Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de
la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te
condeno... En adelante no peques más». Dios perdona, y esto conlleva por
nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más!.
Señor, concédeme la gracia de valorar tu amor misericordioso, la fuerza
para no caer en las tentaciones y la humildad para pedir perdón por mis
pecados.
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