El texto evangélico de hoy nos sumerge de lleno en el corazón de la cuaresma como, Jesús anuncia a sus discípulos el inminente desenlace de su vida, les dice que sufrirá mucho, que será rechazado, que lo matarán y que resucitará al tercer día. Es impresionante imaginarse lo que estas palabras pudieron provocar en el corazón de los discípulos, pero, en realidad, Jesús nos les dice nada nuevo, todo esto es la consecuencia lógica del estilo de vida que ya llevaba desde que lo conocieron. Jesús podría haber elegido un camino mesiánico más glorioso y menos sacrificado, pero es alguien que tiene muy claras sus opciones fundamentales y quiere que sus discípulos también las tengan así de claras. Él ha venido al mundo a cumplir la misión que su Padre le ha encargado, sabe que el sufrimiento, el rechazo y la condena a muerte son parte de la vida cuando uno no se acomoda a los criterios de este mundo y busca vivir la novedad del Reino.
La vida del discípulo de Jesús no puede ser diferente a la del Maestro: “el que quiera venir detrás de mí debe renunciar a sí mismo, cargar su cruz de cada día y seguirme”. La primera tarea del discípulo de Jesús es descentrarse de sí mismo. Esto no es fácil, mucho más cuando la sociedad en la que vivimos nos encamina a vivir centrados en nosotros mismos, en nuestros intereses y en nuestro bienestar por encima de todo. Es verdad, que el discípulo de Jesús no es un masoquista que busca el sufrimiento y que quiere pasarlo mal. El discípulo de Jesús es alguien que hace suyo el centro existencial de su Señor: el amor del Padre y la seducción de su Reino. Sólo desde esta fuerza amorosa uno es capaz de ir contra la corriente cultural y plantar cara a la seducción de una vida cómoda e individualista. A esto nos invita este tiempo de cuaresma, de conversión.
La pregunta ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si al final se pierde a sí mismo? ha sido el detonante que ha despertado a muchos cristianos a lo largo de la historia; son muchos los que se han convertido a partir de la lectura o la escucha de este texto. Dejemos que la fuerza de la Palabra nos impacte, que nos vuelva a despertar, que nos haga caer en la cuenta de cuál es nuestro centro vital y nos haga superar el miedo que tenemos al sufrimiento y al rechazo. ¿Qué quieres ganar o perder en este tiempo de cuaresma?
La vida del discípulo de Jesús no puede ser diferente a la del Maestro: “el que quiera venir detrás de mí debe renunciar a sí mismo, cargar su cruz de cada día y seguirme”. La primera tarea del discípulo de Jesús es descentrarse de sí mismo. Esto no es fácil, mucho más cuando la sociedad en la que vivimos nos encamina a vivir centrados en nosotros mismos, en nuestros intereses y en nuestro bienestar por encima de todo. Es verdad, que el discípulo de Jesús no es un masoquista que busca el sufrimiento y que quiere pasarlo mal. El discípulo de Jesús es alguien que hace suyo el centro existencial de su Señor: el amor del Padre y la seducción de su Reino. Sólo desde esta fuerza amorosa uno es capaz de ir contra la corriente cultural y plantar cara a la seducción de una vida cómoda e individualista. A esto nos invita este tiempo de cuaresma, de conversión.
La pregunta ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si al final se pierde a sí mismo? ha sido el detonante que ha despertado a muchos cristianos a lo largo de la historia; son muchos los que se han convertido a partir de la lectura o la escucha de este texto. Dejemos que la fuerza de la Palabra nos impacte, que nos vuelva a despertar, que nos haga caer en la cuenta de cuál es nuestro centro vital y nos haga superar el miedo que tenemos al sufrimiento y al rechazo. ¿Qué quieres ganar o perder en este tiempo de cuaresma?
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