miércoles, 7 de septiembre de 2011

PALABRA DE VIDA



XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A



Lectura del santo evangelio según san Mateo:



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»



Los creyentes, somos bienaventurados porque hemos sido tocados por el Señor con el don de la fe, pero que no por eso somos puros y perfectos, sino que seguimos siendo pecadores. Jesús camina por delante de nosotros, enseñándonos el camino de perfección.

Una parte de esta enseñanza consiste en corregirnos, señalarnos nuestras incoherencias, nuestras deficiencias, nuestros pecados. Jesús nos lo enseña hoy, con realismo, de manera directa y explícita: la corrección fraterna es parte esencial de la vida de la comunidad de los discípulos, de la comunidad eclesial.

Desde luego es un encargo difícil: precisamente por nuestra condición de pecadores estamos necesitados de corrección; pero es esa misma condición la que nos dificulta la tarea.

Una manera de superar esta dificultad puede consistir en que nos pongamos en primer lugar, no en el lugar del que ha de corregir, sino en el del corregido. Sabiéndome limitado, imperfecto y pecador, tengo que estar abierto a que me ayuden a superarme mediante la corrección fraterna. Este es también un arte difícil: implica no sólo la humildad de reconocer mis limitaciones, sino también, lo que se nos hace más cuesta arriba, reconocerlas ante los demás, incluso permitir que ellos me las descubran. Con frecuencia nos volvemos herméticos a las observaciones de los otros, nos defendemos de ellas sea con malos humores y agresividad, sea con indiferencia y soberbia; como si fuéramos ya perfectos y no estuviéramos necesitados de esa ayuda que estimula nuestro crecimiento cristiano.

En todo caso, el evangelio de hoy nos invita a meditar sobre esta función

La mejor forma de poner en práctica esta importante dimensión evangélica de la corrección fraterna, en realidad la única, es contemplarla como una modulación de lo único que nos debemos y que resume toda la ley: el amor. El amor es el único camino de perfeccionamiento por el que nos llama Jesús. Y el amor, que es la disposición a dar la vida por los hermanos, incluye también la disposición sincera a sufrir por ellos, sea porque nos corrigen, sea porque tenemos que corregirlos de un modo u otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario