DOMINGO DE PENTECOSTÉS.
Lectura del santo evangelio según san Juan:
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
San Juan ve al Espíritu como fruto de la Resurrección. “Recibid el Espíritu Santo”, les dice Jesús a los apóstoles al anochecer del primer domingo; y llegan los dones de perdón, de alegría, de paz, de envío misionero. Es la nueva creación donde el Espíritu nos hace hombres de corazón nuevo. Antes, en la primera creación, Dios sopló sobre el hombre su aliento vital y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.
Los Hechos de los Apóstoles nos describen con detalle la escena. Está junta la comunidad de los apóstoles y, de repente, todo se estremece. Aparecen los símbolos: un viento recio, lenguas de fuego que se posaban sobre la cabeza, hablar en mil lenguas. El Espíritu tiene nombre de viento o aliento divino. Este fuego evoca el fuego del Sinaí, lugar de la alianza, que celebraban en la fiesta de Pentecostés. Es el fuego al que cantamos: “Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro”. Las mil lenguas eran un canto a la universalidad de la Iglesia. “Cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa”. Ninguna lengua, ninguna cultura tiene el monopolio de la fe en Dios. Medos y persas, forasteros y judíos: inmigrantes o del país, más tradicionales o más abiertos a la renovación.
Lo importante era cantar las maravillas de Dios.
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