Plaza
de San Pedro - Miércoles
31 de octubre de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
…
La semana pasada mostré cómo la fe es un don, pues es Dios quien toma la
iniciativa y nos sale al encuentro; y así la fe es una respuesta con la que
nosotros le acogemos como fundamento estable de nuestra vida. Es un don que
transforma la existencia porque nos hace entrar en la misma visión de Jesús,
quien actúa en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás.
Desearía
hoy dar un paso más en nuestra reflexión, partiendo otra vez de algunos
interrogantes: ¿la fe tiene un carácter sólo personal, individual? ¿Interesa
sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe solo? Cierto: el acto de fe es un acto
eminentemente personal que sucede en lo íntimo más profundo y que marca un
cambio de dirección, una conversión personal: es mi existencia la que da un
vuelco, la que recibe una orientación nueva. En la liturgia del bautismo, en el
momento de las promesas, el celebrante pide la manifestación de la fe católica
y formula tres preguntas: ¿Creéis en Dios Padre omnipotente? ¿Creéis en
Jesucristo su único Hijo? ¿Creéis en el Espíritu Santo? Antiguamente estas
preguntas se dirigían personalmente a quien iba a recibir el bautismo, antes de
que se sumergiera tres veces en el agua. Y también hoy la respuesta es en
singular: «Creo». Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión
solitaria propia, no es el producto de un pensamiento mío, sino que es fruto de
una relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un
responder; comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en
mí mismo para abrirme al amor de Dios Padre. Es como un renacimiento en el que
me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a cuantos han caminado y
caminan por la misma senda; y este nuevo nacimiento… continúa durante todo el
recorrido de la existencia. No puedo construir mi fe personal en un diálogo
privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad
creyente que es la Iglesia y me introduce así, en la multitud de los creyentes,
en una comunión que no es sólo sociológica, sino enraizada en el eterno amor de
Dios que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es
Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal sólo si es también
comunitaria...
Los
domingos, en la santa misa, recitando el «Credo», nos expresamos en primera
persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese «creo»
pronunciado singularmente se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el
espacio, donde cada uno contribuye, por así decirlo, a una concorde polifonía
en la fe… Por lo tanto la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella.
Esto es importante recordarlo.
Al
principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende con
poder sobre los discípulos, el día de Pentecostés —como narran los Hechos de
los Apóstoles (cf. 2, 1-13)—, la Iglesia naciente recibe la fuerza para llevar
a cabo la misión que le ha confiado el Señor resucitado: difundir en todos los
rincones de la tierra el Evangelio, la buena nueva del Reino de Dios, y
conducir así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva… Así inicia
el camino … la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el
espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios fundado sobre la nueva alianza
gracias a la sangre de Cristo y cuyos miembros no pertenecen a un grupo social
o étnico particular, sino que son hombres y mujeres procedentes de toda nación
y cultura. Es un pueblo «católico», que habla lenguas nuevas, universalmente
abierto a acoger a todos, más allá de cualquier confín, abatiendo todas las
barreras. Dice san Pablo: «No hay griego y judío, circunciso e incircunciso,
bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos» (Col
3, 11).
Existe
una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de
Dios, de celebración de los sacramentos, que llega hasta nosotros y que
llamamos Tradición. Ella nos da la garantía de que aquello en lo que creemos es
el mensaje originario de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo del
anuncio primordial es el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor,
de donde surge todo el patrimonio de la fe... De tal forma, si la Sagrada
Escritura contiene la Palabra de Dios, la Tradición de la Iglesia la conserva y
la transmite fielmente a fin de que los hombres de toda época puedan acceder a
sus inmensos recursos y enriquecerse con sus tesoros de gracia…
Finalmente
desearía subrayar que es en la comunidad eclesial donde la fe personal crece y
madura. Es interesante observar cómo en el Nuevo Testamento la palabra «santos»
designa a los cristianos en su conjunto, y ciertamente no todos tenían las
cualidades para ser declarados santos por la Iglesia. ¿Entonces qué se quería
indicar con este término? El hecho de que quienes tenían y vivían la fe en
Cristo resucitado estaban llamados a convertirse en un punto de referencia para
todos los demás, poniéndoles así en contacto con la Persona y con el Mensaje de
Jesús, que revela el rostro del Dios viviente. Y esto vale también para
nosotros: un cristiano que se deja guiar y plasmar poco a poco por la fe de la
Iglesia, a pesar de sus debilidades, límites y dificultades, se convierte en
una especie de ventana abierta a la luz del Dios vivo que recibe esta luz y la
transmite al mundo…
La
tendencia, hoy difundida, a relegar la fe a la esfera de lo privado contradice
por lo tanto su naturaleza misma. Necesitamos la Iglesia para tener
confirmación de nuestra fe y para experimentar los dones de Dios... Así nuestro
«yo» en el «nosotros» de la Iglesia podrá percibirse, a un tiempo, destinatario
y protagonista de un acontecimiento que le supera: la experiencia de la
comunión con Dios, que funda la comunión entre los hombres. En un mundo en el
que el individualismo parece regular las relaciones entre las personas,
haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser
Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género
humano (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1). Gracias por la atención.
Ya ha llegado el árbol de Navidad que adorna la Plaza
de San Pedro. Es un abeto blanco gigante que mide 24 metros y procede
de un bosque de Isernia en el sur de Italia.
El árbol se ha colocado junto al gran Belén del Vaticano que se instala
cada año en la plaza. La ceremonia de iluminación del árbol tendrá lugar el 14
de diciembre.
Una vez que concluyan las fiestas navideñas, la madera del abeto será
donada a varias empresas que fabrican juguetes para niños necesitados.
Plaza
de San Pedro - Miércoles
24 de octubre de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
desearía reflexionar con vosotros sobre una cuestión fundamental: ¿qué es la
fe? ¿Tiene aún sentido la fe en un mundo donde ciencia y técnica han abierto
horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy? De hecho en
nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que comprenda
ciertamente un conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la
salvación, pero que sobre todo nazca de un verdadero encuentro con Dios en
Jesucristo.
Hoy,
junto a tantos signos de bien, crece a nuestro alrededor también cierto
desierto espiritual. A veces se tiene la sensación de que el mundo no se
encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y más pacífica;
las ideas mismas de progreso y bienestar muestran igualmente sus sombras. A
pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los éxitos de la
técnica, hoy el hombre no parece que sea verdaderamente más libre, más humano;
persisten muchas formas de explotación, manipulación, violencia, vejación,
injusticia. Cierto tipo de cultura, además, ha educado a moverse sólo en el
horizonte de las cosas, de lo factible; a creer sólo en lo que se ve y se toca
con las propias manos. Por otro lado crece también el número de cuantos se
sienten desorientados y, buscando ir más allá de una visión sólo horizontal de
la realidad, están disponibles para creer en cualquier cosa. En este contexto
vuelven a emerger algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas
de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro
para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones? ¿En qué dirección
orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de
la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte?
De
estas preguntas insuprimibles surge como el saber de la ciencia, por importante
que sea para la vida del hombre, por sí sólo no basta. El pan material no es lo
único que necesitamos; tenemos necesidad de amor, de significado y de
esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir
con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las
dificultades y los problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: es
un confiado entregarse a un «Tú» que es Dios, quien me da una certeza distinta,
pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La
fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades
particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios
que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza.
Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos
conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a
ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros.
Es
más, Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es
sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos
muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don
de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para
volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. La fe es creer en este amor
de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte,
sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la
posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este «Tú»,
Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no
sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud
del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están
asegurados en el «tú» de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de
la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Pienso que deberíamos
meditar con mayor frecuencia —en nuestra vida cotidiana, caracterizada por
problemas y situaciones a veces dramáticas— en el hecho de que creer
cristianamente significa este abandonarme con confianza en el sentido profundo
que me sostiene a mí y al mundo, ese sentido que nosotros no tenemos capacidad
de darnos, sino sólo de recibir como don, y que es el fundamento sobre el que
podemos vivir sin miedo. Y esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe
debemos ser capaces de anunciarla con la palabra y mostrarla con nuestra vida
de cristianos.
…
…
nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca,
porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al
Dios viviente. Así pues la fe es ante todo un don sobrenatural, un don de Dios.
El concilio Vaticano II afirma: «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria
la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior
del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del
espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”» (Const. dogm.
Dei Verbum, 5). En la base de nuestro camino de fe está el bautismo, el
sacramento que nos dona el Espíritu Santo, convirtiéndonos en hijos de Dios en
Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree por
uno mismo, sin el prevenir de la gracia del Espíritu; y no se cree solos, sino
junto a los hermanos. Del bautismo en adelante cada creyente está llamado a
revivir y hacer propia esta confesión de fe junto a los hermanos.
La
fe es don de Dios, pero es también acto profundamente libre y humano. El
Catecismo de la Iglesia católica lo dice con claridad: «Sólo es posible creer
por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos
cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la
libertad ni a la inteligencia del hombre» (n. 154). Es más, las implica y
exalta en una apuesta de vida que es como un éxodo, salir de uno mismo, de las
propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la
acción de Dios que nos indica su camino para conseguir la verdadera libertad,
nuestra identidad humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con todos.
Creer es fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de
Dios sobre la historia, como hizo el patriarca Abrahán, como hizo María de
Nazaret. Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro
corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí»
transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la
hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable.
Queridos
amigos: nuestro tiempo requiere cristianos que hayan sido aferrados por Cristo,
que crezcan en la fe gracias a la familiaridad con la Sagrada Escritura y los
sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto que narra la experiencia
de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de ese Dios que nos sostiene en
el camino y nos abre hacia la vida que jamás tendrá fin. Gracias.
Plaza de San Pedro - Miércoles 17 de octubre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy desearía introducir el nuevo ciclo de
catequesis que se desarrolla a lo largo de todo el Año de la fe recién comenzado…
Con la carta apostólica Porta Fidei convoqué este Año especial precisamente
para que la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo… reavive la
alegría de caminar por el camino que nos ha indicado; y testimonie de modo
concreto la fuerza transformadora de la fe.
La celebración de los cincuenta años de la apertura
del concilio Vaticano II es una ocasión importante para volver a Dios, para
profundizar y vivir con mayor valentía la propia fe, para reforzar la
pertenencia a la Iglesia, … que, a través del anuncio de la Palabra, la
celebración de los sacramentos y las obras de caridad, nos guía a encontrar y
conocer a Cristo, ... Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto
de vida, sino con una Persona viva que nos transforma en profundidad a nosotros
mismos, revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El encuentro
con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, orientándolas, de día en día, a
mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor. Tener fe en el Señor no
es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, … sino que es un cambio
que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón,
inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe
cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con
claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia,
el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la Patria celestial.
Pero —nos preguntamos— ¿la fe es verdaderamente la fuerza
transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O es sólo uno de los elementos que
forman parte de la existencia, sin ser el determinante que la involucra
totalmente? Con las catequesis de este Año de la fe querríamos hacer un camino
para reforzar o reencontrar la alegría de la fe, comprendiendo que ésta no es
algo ajeno, separado de la vida concreta, sino que es su alma. La fe en un Dios
que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y donándose Él
mismo en la cruz para salvarnos y volver a abrirnos las puertas del Cielo, ...
Hoy es necesario subrayarlo con claridad —mientras las transformaciones
culturales en curso muestran con frecuencia tantas formas de barbarie que
llegan bajo el signo de «conquistas de civilización»—: la fe afirma que no
existe verdadera humanidad más que en los lugares, gestos, tiempos y formas
donde el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se expresa como
don, se manifiesta en relaciones ricas de amor, de compasión, de atención y de
servicio desinteresado hacia el otro. Donde existe dominio, posesión,
explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde existe la
arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre resulta empobrecido,
degradado, desfigurado. La fe cristiana, … no limita, sino que humaniza la
vida; más aún, la hace plenamente humana.
La fe es acoger este mensaje transformador en
nuestra vida, es acoger la revelación de Dios, que nos hace conocer quién es
Él, cómo actúa, cuáles son sus proyectos para nosotros. Cierto: el misterio de
Dios sigue siempre más allá de nuestros conceptos y de nuestra razón, de
nuestros ritos y de nuestras oraciones. Con todo, con la revelación es Dios
mismo quien se auto-comunica, se relata, se hace accesible. Y a nosotros se nos
hace capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí entonces la
maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros —a través de la obra del
Espíritu Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su
Palabra…
Dios se ha revelado con palabras y obras en toda
una larga historia de amistad con el hombre, que culmina en la encarnación del
Hijo de Dios y en su misterio de muerte y resurrección. Dios no sólo se ha
revelado en la historia de un pueblo, no sólo ha hablado por medio de los
profetas, sino que ha traspasado su Cielo para entrar en la tierra de los
hombres como hombre, a fin de que pudiéramos encontrarle y escucharle. Y el
anuncio del Evangelio de la salvación se difundió desde Jerusalén hasta los
confines de la tierra. La Iglesia, nacida del costado de Cristo, se ha hecho
portadora de una nueva esperanza sólida: Jesús de Nazaret, crucificado y
resucitado, salvador del mundo, que está sentado a la derecha del Padre y es el
juez de vivos y muertos. Este es el kerigma, el anuncio central y rompedor de
la fe…
Pero ¿dónde hallamos la fórmula esencial de la fe?
¿Dónde encontramos las verdades que nos han sido fielmente transmitidas y que
constituyen la luz para nuestra vida cotidiana? La respuesta es sencilla: en el
Credo, en la Profesión de fe o Símbolo de la fe nos enlazamos al acontecimiento
originario de la Persona y de la historia de Jesús de Nazaret; se hace concreto
lo que el Apóstol de los gentiles decía a los cristianos de Corinto: «Os
transmití en primer lugar lo que también yo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al
tercer día» (1 Co 15, 3.4).
También hoy necesitamos que el Credo sea mejor
conocido, comprendido y orado. Sobre todo es importante que el Credo sea, por
así decirlo, «reconocido». Conocer, de hecho, podría ser una operación
solamente intelectual, mientras que «reconocer» quiere significar la necesidad
de descubrir el vínculo profundo entre las verdades que profesamos en el Credo
y nuestra existencia cotidiana a fin de que estas verdades sean verdadera y
concretamente —como siempre lo han sido— luz para los pasos de nuestro vivir,
agua que rocía las sequedades de nuestro camino, vida que vence ciertos
desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del
cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación.
… Vivimos hoy en una sociedad profundamente
cambiada, también respecto a un pasado reciente, y en continuo movimiento. Los
procesos de la secularización y de una difundida mentalidad nihilista, en la
que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad común. Así, a
menudo la vida se vive con ligereza, sin ideales claros y esperanzas sólidas,
dentro de vínculos sociales y familiares líquidos, provisionales. Sobre todo no
se educa a las nuevas generaciones en la búsqueda de la verdad y del sentido
profundo de la existencia que supere lo contingente, en la estabilidad de los
afectos, en la confianza. Al contrario: el relativismo lleva a no tener puntos
firmes; sospecha y volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas,
mientras que la vida se vive en el marco de experimentos que duran poco, sin
asunción de responsabilidades. Así como el individualismo y el relativismo
parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no se puede decir que los
creyentes permanezcan del todo inmunes a estos peligros que afrontamos en la
transmisión de la fe. Algunos de estos ha evidenciado … la celebración del
Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización: una fe vivida de modo
pasivo y privado, el rechazo de la educación en la fe, la fractura entre vida y
fe.
Frecuentemente el cristiano ni siquiera conoce el
núcleo central de la propia fe católica, del Credo, de forma que deja espacio a
un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades
que creer y sobre la singularidad salvífica del cristianismo. Actualmente no es
tan remoto el peligro de construirse, por así decirlo, una religión
auto-fabricada. En cambio debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo; debemos
redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar de forma más profunda en
nuestras conciencias y en la vida cotidiana.
En las catequesis de este Año de la fe desearía
ofrecer una ayuda para realizar este camino, … meditando y reflexionando en las
afirmaciones del Credo. Y desearía que quedara claro que estos contenidos o
verdades de la fe (fides quae) se vinculan directamente a nuestra
cotidianeidad; piden una conversión de la existencia, que da vida a un nuevo
modo de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios, encontrarle, profundizar en
los rasgos de su rostro, pone en juego nuestra vida porque Él entra en los
dinamismos profundos del ser humano.
Que el camino que realizaremos este año pueda
hacernos crecer a todos en la fe y en el amor a Cristo a fin de que aprendamos
a vivir, en las elecciones y en las acciones cotidianas, la vida buena y bella
del Evangelio. Gracias.
Concédenos, Señor, que, por los méritos de la pasión de Cristo y de los dolores de la Virgen, el Espíritu Santo, presente con plenitud en la Iglesia, inunde con su amor el mundo entero.
SEGUNDO MISTERIO DE DOLOR. LA FLAGELACIÓN DE CRISTO.
Señor, Dios nuestro, que para redimir al género humano, caído por el engaño del demonio, has asociado los dolores de la Madre a la pasión de tu Hijo; concédenos a quienes meditamos estos misterios que, despojados de la triste herencia del pecado, nos revistamos de la luminosa novedad de Cristo.
Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen María: concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a Él en su naturaleza divina.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús
al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: -«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?»
Jesús le contestó: -«¿Por qué me llamas bueno?
No hay nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra
a tu padre y a tu madre.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le
dijo: -«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los
pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se
marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus
discípulos: -«¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de
Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas
palabras. Jesús añadió: -«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios
a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar
por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: -«Entonces,
¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo: -«Es
imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: -«Ya ves que nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: -«Os aseguro que quien deje casa, o
hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el
Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y
hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- , y en la edad futura,
vida eterna.»
El relato
evangélico menciona a un personaje anónimo que se acerca a Jesús deseando heredar
la vida eterna. Es la narración de una triple frustración: la de la riqueza, la
de la bondad y la del amor.
- El que se
acerca a Jesús “era muy rico”. Pero Jesús trata de ayudarle a entender que no
es tan rico como parece. “Una cosa te falta”. Tiene todo, pero le falta el
verdadero tesoro, que sólo puede ser alcanzado mediante la caridad.
- El personaje
busca la bondad. Es más, la ha estado cultivando durante toda su vida, mediante
el cumplimiento de los mandamientos. Parece estar satisfecho de ello. En
realidad busca la bondad, pero no es capaz de seguir al que es Bueno y modelo
de la bondad.
- Jesús se le
quedó mirando con cariño, pero él no percibió el sentido de aquella mirada. El
amor, como la fe y la esperanza, implica la alteridad.
En un segundo
acto, Jesús afirma con claridad que los ricos tendrán una gran dificultad en
admitir a Dios como su rey, si han puesto su confianza en la riqueza.
En un tercer acto
toma Pedro la palabra:
• “Nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido”. Nos asombra la generosidad de los
llamados por Jesús. Pero nos inquieta pensar que ese seguimiento ha de ser
renovado cada día. Porque aun los que han dejado todo por seguir a Jesús, un
día lo dejarán a Él.
• “Quien deje
“todo” por mí, recibirá en este tiempo cien veces más, con persecuciones”. Los
bienes fundamentales no son los tesoros materiales, sino los amores familiares.
Quien sigue al Señor los valora como nadie, pero sabe que no son el último
bien.
• “Y recibirá en
la edad futura vida eterna”. La vida definitiva que buscaba aquel personaje
rico no queda asegurada por las riquezas. Y tampoco por el cumplimiento fiel de
los mandamientos. Sólo llega a esa vida sin ocaso quien sigue al que es el
Viviente y es la Vida.
Señor, Dios, que has abierto las puertas de la vida por medio de tu hijo, vencedor de la muerte; concédenos, al meditar en su resurrección, que, renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de nuestra resurrección.
Señor, Dios nuestro, por un designio misterioso de tu providencia completas lo que falta a la pasión de Cristo con las infinitas penas de la vida de sus miembros; concédenos que, a imitaciónde la Virgen Madre dolorosa, permanezcamos nosotros junto a los hermanos que sufren para darles consuelo y amor.
Ojala en este año de la fe esta frase del apóstol Pablo, sea nuestra seña de identidad.
La invitación que la Iglesia nos hace para vivirla con mayor intensidad, para fortalecerla en la oración y los sacramentos, para redescubrir su belleza y no avergonzarnos de ella, para llevarla con nosotros todos los días allí donde el mismo Señor nos ha colocado.
El próximo 7 de octubre de 2012 Su Santidad Benedicto XVI, declarará en la Plaza San pedro de Roma a San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia Universal.
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: -«Maestro, hemos
visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir,
porque no es de los nuestros.»
Jesús respondió: -«No se lo impidáis, porque uno que
hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está
contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso
de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le
encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te
hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos
manos al infierno, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale
entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno.
Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale
entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.»
Palabra del Señor
Reflexión
El Evangelio de
este domingo presenta tres importantes exigencias de conversión para el que quiera
ser discípulo de Jesús:
1.- No tener la
mentalidad cerrada del discípulo Juan, que pensaba ser el dueño de Jesús, sino
tener una actitud abierta, capaz de reconocer el bien en los otros.Hoy en muchas
personas que pertenecen a la Iglesia católica existe la tendencia de encerrarse
en sí mismas, como si nosotros fuésemos cristianos mejores que los otros.
2.- Superar la
mentalidad de aquellos que se consideraban superiores a los otros, y que, por
esto, despreciaban a los pequeños y pobres y se alejaban de la comunidad.En el mundo
de hoy, dominado por el sistema neoliberal, existe el desprecio por los
pequeños, y de hecho aumenta por todas partes la pobreza, el hambre y el número
de abandonados.
3.- Jesús pide no
dejar que entre la rutina en el vivir el Evangelio, pide que seamos capaces de
romper los lazos que nos impiden vivirlo en plenitud. Falta entre nosotros los
cristianos el compromiso de vivir el Evangelio. Pero si nosotros, millones de
cristianos, viviésemos realmente el Evangelio, el mundo no estaría como está.
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo elPerdón. Donde haya discordia, que lleve yo
la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo
la Verdad. Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya
tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto
ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como
amar.
Porque es: Dando , que se recibe; Perdonando,
que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.
(Oración de S. Francisco)
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: -«¿Quién dice la
gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: -«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno
de los profetas.»
Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: -«Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a
instruirlos: -«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser
condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y
resucitar a los tres días.»
Se lo
explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: -«¡Quítate
de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después
llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: -«El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por
el Evangelio la salvará.»
Palabra del Señor
“Si alguien
quiere venirse conmigo..., que coja su cruz y me siga”
¡Cómo expresar lo que mi alma sintió,
cuando de boca de tan santo Prelado, escuchó lo que ya es mi locura, lo que me
hace ser absolutamente feliz en mi destierro... el amor a la Cruz! ¡Oh! ¡La
Cruz de Cristo! ¿Qué más se puede decir? Yo no sé rezar...
No sé lo que es ser bueno... No tengo
espíritu religioso,
pues estoy lleno de mundo... Sólo sé una cosa,
una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de verme tan pobre en virtudes y
tan rico en miserias... Sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni por nadie
cambiaría..., mí cruz..., la Cruz de Jesús. Esa Cruz que es mi único
descanso...,¡cómo explicarlo! Quien esto no haya sentido..., ni remotamente podrá
sospechar lo que es.
Ojalá los hombres todos amaran la Cruz de
Cristo... ¡Oh! si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin
reservas, con locura de amor a la Cruz de Cristo...! Cuánto tiempo perdido en pláticas,
devociones y ejercicios que son santos y buenos..., pero no son la Cruz de
Jesús, no son lo mejor...
Pobre hombre que para nada vales ni para
nada sirves, qué loca pretensión la tuya. Pobre oblato que arrastras tu vida
siguiendo como puedes las austeridades de la Regla, conténtate con guardar en silencio
tus ardores; ama con locura lo que el mundo desprecia porque no conoce; adora
en silencio esa Cruz que es tu tesoro sin que nadie se entere. Medita en
silencio a sus pies, las grandezas de
Dios, las maravillas de María, las miserias
del hombre del que nada debes esperar... Sigue tu vida siempre en silencio,
amando, adorando y uniéndote a la Cruz..., ¿qué más quieres?
(San Rafael Arnaiz
Barón (1911-1938), monje trapense español. Escritos espirituales 03/04/1938)
VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
Lectura del santo evangelio según san Marcos: En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
El reproche de Jesús a los fariseos también nos afecta a nosotros. Los mandamientos de Dios son portadores de sabiduría y vida. Pero muchas veces hacemos más caso a otros criterios distintos de la Palabra de Dios. Incluso muchos refranes y dichosde la llamada “sabiduría popular” chocan con el evangelio. De esa manera despreciamos el Evangelio y nos quedamos con unas palabras quesólo llevan muerte y mentira. Es necesario estar atentos para no aferrarnos a preceptos y tradiciones humanas contrarias a veces a la Palabra de Dios.
Para un hebreo, el “corazón” no sólo es un órgano corporeo, sino la fuente de los sentimientos y emociones. Es la sede de lo más propio del hombre: la inteligencia y la voluntad (pensamientos, proyectos, decisiones), el núcleo de la personalidad, de lo más íntimo de cada uno. En el Antiguo Testamento, Dios, prometió el don de "un corazón nuevo", que aseguraba la unión entre Dios y su pueblo; esa promesa se cumplió en Jesucristo corazón verdaderamente nuevo y creador de corazones nuevos
Uno de los aspectos más importantes de la Buena Nueva que Jesús ha traído es la interioridad. No basta la limpieza exterior, que puede ir unida a la suciedad interior. Cristo ha venido a cambiar el interior del hombre, a darnos un corazón nuevo. Cuando el corazón ha sido transformado por Cristo, también lo exterior es limpio y bueno. De lo contrario, todo esfuerzo por alcanzar obras buenas será inútil. ¿Hasta qué punto creo en la capacidad de Cristo para renovar mi vida y deseo intensamente esta renovación?
Ser cristiano no consiste en “hacer” cosas distintas o mejores, sino en “ser” distinto y mejor, es decir, de otra calidad: la divina. El amor y el poder de Cristo se manifiestan en que no se conforma con un barniz superficial. Somos una "nueva creación" hemos sido hechos "hombres nuevos" y por eso estamos llamados a vivir una "vida nueva".
Hoy nos hallamos en el polo opuesto con el que Jesús se enfrentó. Si Él tuvo que luchar contra el legalismo, hoy hay que esforzarse en luchar contra el relativismo subjetivista; contra la falsa defensa de una libertad individual mal
entendida.
Hoy se presenta cualquier mandato o precepto como imposición destructora del hombre y de su iniciativa personal. Para el cristiano –decía Juan Pablo II– “los Mandamientos constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad".
Desde la distancia, que no desde el olvido, retomamos la edición de nuestro blog.
Nuevo curso, nuevos retos.
Año para compartir, para crecer.
¡¡¡ AÑO DE LA FE !!!
En este vídeo, el protagonista, de aspecto vagamente hippie (barba descuidada, cabello largo), va en busca de un gesto de afecto por parte de extraños. Teniendo en la mano un enorme cartel donde está escrito «abrazos gratis», al inicio lo ven con desconfianza y con cierto temor comprensible, creyendo que se trata de un loco. Pero cuando una viejita, sintiendo curiosidad por esas palabas del cartel tan insólitas, se acerca y se deja abrazar, entonces tiene lugar una contagiosa emulación entre los presentes. Porque los gestos espontáneos son contagiosos, como la risa.
La lección que nos deja esta experiencia es que incluso una masa indistinta de personas lleva en su interior una petición silenciosa de implicación y cercanía humana al prójimo, pero que no tiene ocasión de hacer explícita.
DECIMOOCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
“Yo soy el pan de vida. El que venga a mí,
nunca más tendrá hambre”
En las Escrituras, se cuestiona la ternura
de Dios por el mundo, y leemos que "Dios amó tanto al mundo, que le entregó
a su Hijo" Jesús para que sea como nosotros, y nos anuncie la buena noticia
de que Dios es amor, que Dios os ama y me ama. Dios quiere que nos amemos unos
otros, como él nos ha amado (cf Jn 13,34).
Todos nosotros sabemos, mirando la cruz,
hasta qué punto Jesús nos ha amado. Cuando miramos la Eucaristía, sabemos
cuánto nos ama ahora. Por eso, él mismo se hizo "pan de vida" con el
fin de satisfacer nuestra hambre con su amor, y luego, como si esto no fuera
suficiente para él, se convirtió él mismo en hambriento en indigente, en
desalojado, con el fin de que vosotros y yo, pudiéramos satisfacer su hambre
con nuestro amor humano. Porque para esto hemos sido creados, para amar y
ser amados. (Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas
Misioneras de la Caridad.)
Jesús, palabra viva y alimento de mi vida.
Haz que lleve a la práctica la Palabra que he
leído y acogido en mi interior, de suerte que sepa contrastarla con mi vida.
Concédeme transformarla en lo cotidiano para
que pueda hallar mi felicidad en practicarla y ser, entre los que vivo, un signo
vivo y testimonio auténtico de tu Evangelio de salvación.
El Señor ha revelado el tesoro de las cosas del cielo a la gente sencilla, a los
soberbios que queremos ser humildes, a los que nos sentimos necesitados de
Dios; en realidad es así, recibimos la fe, porque levantamos nuestra mirada a Dios, porque nos
dejamos llamar, nos dejamos curar las heridas, nos sentimos sedientos del Agua
Viva, de la Verdadera Vida.
Gracias Dios, porque te ha parecido mejor que
por medio de las dificultades nos acerquemos a ti, gracias por los sufrimientos
y tribulaciones que nos hacen sostenernos en la fe, que nos mueven a seguir
clamándote, gracias porque de algo malo se puede sacar lo bueno, el acercarnos a
Ti.
Así como el Padre ha entregado todo al Hijo, hoy quiero amado Jesús, entregarte todo a ti, quiero pertenecer del todo a Ti, dame la gracia de poder hacerlo. Amén
Señor Jesús, hoy me reconozco entre aquellos que habiendo recibido mucho, pueden despreciarlo todo. Despiértame para reconocerte en los signos y las palabras en los que Tú quieres hacerte presente cada día.
DECIMOQUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINACIO - CICLO B
La Palabra de Dios hoy nos
dice: el profeta es un enviado de Dios. Jesús, el verdadero y supremo profeta,
hace a sus discípulos partícipes de su misma identidad. Así como él ha sido
enviado por el Padre, envía él a sus discípulos.
Los católicos somos enviados
al mundo entero a transmitir la Palabra de vida que cura y libera. Y es
fundamental que el modo de transmisión y la vida de los que transmitimos se
corresponda con aquello que esa Palabra anuncia. Por desgracia, no siempre es
así y, aunque esto no invalida el mensaje evangélico, la incoherencia de vida
puede mermar mucho la eficacia del anuncio y el testimonio. En este punto es
importante que cada cual se examine a sí mismo. Decía san Doroteo que “la causa
de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo”. Entre los
cristianos existen santos y pecadores, completamente entregados, o que viven a
medio gas o, incluso, en contra de lo que dicen profesar. Las palabras de Jesús
hoy han de ser un espejo en que cada uno debe mirarse a sí mismo.
Todos los cristianos, enviados
de un modo u otro, a testimoniar y anunciar el Evangelio según nuestra
vocación, somos invitados a reflexionar sobre la calidad de nuestro testimonio
y sobre nuestra coherencia de vida. Como aquellos discípulos, enviados de dos
en dos, tenemos que comprender que para poder cumplir esta misión tenemos que
empaparnos antes de esta palabra viva que es el contacto personal con
Jesucristo. El mero hecho de ser enviados puede ya ser un signo de que, en
cierto sentido, nos convertimos en extranjeros en nuestra propia tierra en la
que la Palabra puede encontrar una fuerte oposición. Y es que es cierto que la
Palabra que Dios nos dirige es con frecuencia incómoda, difícil de aceptar, ya
que denuncia lo que en nosotros y en nuestro entorno la contradice. Pero
tenemos que tener también la certeza y la experiencia personal de que, pese a esas
dificultades, lo que la Palabra de Dios quiere transmitirnos es, en realidad, una
buena noticia, una bendición.
En una palabra, es fundamental
que cada uno de nosotros los creyentes, elegidos y enviados, encarnemos en
nosotros mismos, en nuestras actitudes, palabras y obras, que la fe que creemos
y profesamos es realmente una Buena Noticia.